viernes, 12 de agosto de 2016

Erika Valnezuela- crònica



Conflictos de un hombre para llegar al sacerdocio
Soledad y alegría es el camino de un seminarista
El día sábado, Luis Estrada estudiante del seminario de Ibarra comenta las emociones  y tristezas de su formación.
Casi las siete de la noche del día sábado y se encontraba Luis en las canchas deportivas de su barrio.  Me acerque a saludarlo. Me comentó que ya estaba por terminar el curso y que se encontraba feliz por ello.
A Luis también le gusta hacer deporte y por eso se encontraba en el lugar, a las siete y media era su partido de indor. Le conté sobre mí deber y me dijo que con gusto me ayudaría. Entonces le dije que me contara una de sus experiencias: lo hizo.
Eran casi las cinco de la mañana cuando se  despertó, miro por la ventana y aún estaba oscuro, escuchaba el sonido de la lluvia mientras se desperezaba. Luis Estrada un joven alto y delgado de apenas veinticinco  años de edad,  de cara alargada, tiene cabello corto  y barba  rizada, ojos grandes y negros como capulíes. Al despertar se encontró en una habitación pequeña donde lo único que había era su cama, un velador, un pequeño armario marrón y un crucifijo pegado  en la cabecera de la cama.
En el  velador  se encontraban dos  fotografías, una de Dios y otra de su familia. Aun recostado en su cama tomó la fotografía  de su familia y la contempló tristemente recordando a su padre y a su madre.
Era una de esas mañanas donde  uno se envuelve en melancolía al recordar a sus seres  queridos. Recuerda el último día que pasó con su familia y también  la primera vez que piso el Seminario. Se encuentra en la ciudad de Ibarra, en la parroquia de La Esperanza. No sabía  que el tiempo dentro del Seminario seria lleno de sacrificios, los primeros meses fueron de sufrimiento al encontrarse encerrado y más por no poder tener junto a él a su familia. Pero no era tiempo para abatimientos. Debía levantarse pronto y continuar con sus actividades.
Se levantó, se arrodillo al costado de su cama, inclinó la cabeza y empezó a rezar. Al terminar sus plegarias se vistió rápidamente. Salió de su habitación para dirigirse a la Capilla del Seminario junto a sus compañeros e iniciar sus actividades. La capilla era pequeña con un  altar en el fondo azul como el cielo. Allí se encontraba la imagen de Dios y la Virgen de la Esperanza, las paredes eran blancas como la luna llena y los pisos floreados con una alfombra roja en el medio.
Quince jóvenes se encontraban en la capilla, todos envueltos en armonía: se sentaron. El Sacerdote ya los esperaba en el altar junto a Dios  para iniciar con la meditación y las oraciones. La eucaristía se celebraba todas las mañana.
“Fue difícil tomar la decisión de ser sacerdote. A pesar de querer serlo y ayudar a los que me necesitan  tenía otras alternativas. Me habría gustado también ser médico”, dijo.
“Fue difícil dejarle ir de mi lado”, dijo Yolanda, su madre.
“¡Mi hermano es muy fuerte y luchador, lo único que quiere es ayudar a los que lo necesiten!”.
Dentro del Seminario no se permite tener celular ni aparatos electrónicos, pero nos cuenta que varios de sus compañeros tienen un celular para comunicarse con familiares y amigos. Y  es así como contactamos a Santiago, joven otavaleño,  uno de los compañeros de  Luis. “Con mi celular puedo comunicarme con mi padres y amigos”, escribió el joven mediante la red social Facebook.
Cuando pienso en los jóvenes, me pregunto si yo podría hacerlo, pues, yo no soporto permanecer ni un día encerrada en casa. Pero son muchachos valientes y luchadores no por mantener el poderío de la iglesia, sino porque ven a esta profesión como una forma de ayudar a los demás de una manera sana.
El seminario Mayor “Nuestra Señora de la Esperanza” tiene 35 años de existencia, se fundó en 1980 en la parroquia la Dolorosa gracias al monseñor Juan Larrea Holguín.






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